El pasado lunes 9 de septiembre, mientras los alumnos de la Comunidad Valenciana regresaban a las escuelas con alegría e ilusión por reencontrarse con sus compañeros e iniciar un nuevo curso lleno de oportunidades, en la Franja de Gaza, más de 630.000 niños y jóvenes se quedaban sin poder empezar las clases. Por segundo año consecutivo, el conflicto bélico ha suspendido el inicio del curso escolar, dejando a todos estos estudiantes sin acceso a la educación y sin la seguridad de un espacio estable donde vivir su infancia con normalidad.
Las consecuencias de la guerra continúan devastando el territorio y su sistema educativo: al menos 122 centros escolares y universidades han sido completamente destruidos, 334 han sufrido graves daños y muchas de las infraestructuras educativas que se mantienen en pie han sido habilitadas como refugios para los miles de gazatíes que han perdido sus hogares en los bombardeos israelíes. Sin embargo, ni siquiera estos centros reconvertidos en refugios se libran de los ataques. El curso 2023-2024 ya se suspendió el año pasado por el Ministerio de Educación del territorio, y este año la situación se repite.
Y el drama no se limita a la destrucción física de centros escolares. El derribo de torres de transmisión ha dificultado enormemente las comunicaciones móviles y el acceso a internet, haciendo que cualquier forma de educación virtual sea prácticamente imposible. Los niños y jóvenes de Gaza se enfrentan así a un desafío casi insalvable para continuar su formación académica.
Desde el inicio del conflicto, hace casi un año, más de 25.000 niños han sido muertos o heridos, según datos del gobierno del territorio. Además, al menos un centenar de científicos, profesores universitarios e investigadores han perdido la vida a causa de los bombardeos israelíes.
La interrupción de la educación tiene repercusiones devastadoras tanto a corto como a largo plazo. No solo se está poniendo en riesgo el desarrollo personal de toda una generación, sino que también se está comprometiendo el futuro social del territorio y la cultura de todo un pueblo.
La falta de acceso a una educación de calidad ensancha las brechas de desigualdad y perpetúa la marginación, limitando las posibilidades de formación de futuros líderes y profesionales capaces de reconstruir su sociedad. Además, esta situación deja a las generaciones futuras con profundos problemas psicológicos derivados de una infancia rota.
Por otro lado, sin centros educativos seguros ni programas educativos estables, se crea un entorno que facilita la radicalización de los jóvenes, quienes, ante la falta de alternativas de futuro, pueden caer en dinámicas de violencia y odio, alimentando el ciclo de conflicto. A largo plazo, la ausencia de educación debilita la cohesión social y reduce las posibilidades de alcanzar una paz duradera, ya que las nuevas generaciones no reciben las herramientas necesarias para construir un futuro más justo.
Es imprescindible proteger el derecho a la educación. Este derecho no solo es clave para el desarrollo individual de los jóvenes palestinos, sino también para establecer las bases de una sociedad más pacífica, equitativa y con un futuro libre de violencia.